sábado, 2 de enero de 2010

La realidad como una gran confusión.





La mentalidad actual es difícil de ser comprendida. Existe un ámbito de confusión y de desorientación referente hacia dónde vamos, de dónde venimos…; tanto el pensamiento como las prácticas educativas de hoy se caracterizan por éste ambiente de confusión.

Si los educadores logran tener un recto conocimiento del hombre, su naturaleza y de su realidad, se pude ayudar a la ciencia de la educación a salir un poco de la confusión y del desconcierto en que se navega. Es preciso entonces, recurrir a una verdadera filosofía para que la acción educativa reciba una adecuada orientación.

Los modos de vida, las condiciones sociales, están viviendo profundos cambios. La industria, el campo, la salud pública, el ajuste social y definitivamente la educación, todo se sumerge en un momento histórico cambiante y que presenta necesidades muy distintas a las de las sociedades anteriores. Es una realidad que muchos de éstos cambios constantes de los que hablamos han traído grandes beneficios para el hombre y su entorno. Sin embrago, también es cierto, que en el plano humano, el individuo se ha visto alejado de principios de vida fundamentales de una existencia plena.

Se nos ha olvidado, en medio de tanto ajuste y cambio, que los principios de una verdadera filosofía pueden ofrecer al hombre un criterio válido para interpretar y valorar la vida y el significado de la misma. El hombre, desde hace un siglo se encuentra inmerso con mayor profundidad cada vez, en una crisis. Nos referimos a la relación del hombre con las nuevas cosas y circunstancias que han surgido de su propia acción o que, indirectamente se deben a ella.

De un modo general, puede decirse que los cambios que se han producido han surtido efectos tanto positivos como negativos. Por una parte, hoy en día, los niños tienen más libertad y la democratización de la familia ha aumentado; por otra parte, el control paterno, necesario en ciertos casos, es menor; y también lo es la interacción social en el hogar. Muchas veces se exige de la escuela que compense las deficiencias del hogar.

El ser humano tiene necesidades cada vez más diferentes a las de antaño, necesidades de autorrealización, de estabilidad emocional y de comunicación afectiva. El avance en su camino hacia la libertad a veces lo ha alejado de su verdad. Si la verdad libera, deberemos entonces replantearnos una concepción de vida que reconcilie los dos términos y que en el caso del proceso educativo, revalore muchos aspectos de la realidad del ser para fomentar una filosofía que le otorgue una certidumbre y una confianza en su potencialidad humana.

La necesidad de ideas claras que orienta su desarrollo y lo ayuden al progreso continuo de sus sociedades, ha hecho que el pensamiento humano trascienda e indague sin descanso por los más recónditos rincones del saber. El fin básico de hacer un recorrido por la Filosofía de la Educación, tiene sus fundamentos en ayudar al maestro a encontrarse a sí mismo y adquirir una visión cimentada en bases racionales sobre el sentido de su vida. Eso definitivamente contribuirá en la formación y en la orientación de sus alumnos. Es una convicción que la verdadera filosofía es el alma de toda sana formación.

Como cimiento de este proceso llamado vida, la verdad se pondera como el factor capital de la educación. Una mala concepción de la vida puede desencadenar una mala formación, una equivocada instrucción. Las prácticas y las experiencias educativas en nuestros tiempos, nos han llevado a enriquecer el concepto filosófico de la educación. La reflexión, la búsqueda y la sensibilidad han invadido el nuevo discurso educativo. Las interrogantes de la época tal vez sigan siendo similares a las de antaño, pero los enfoques de respuesta nos plantean nuevas posibilidades de acción pedagógica.

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